Todxs lxs ciudadanxs somos
miembrxs de una comunidad política, como no podemos dejar de ser ciudadanxs por
ende tampoco podemos salir de la política. Pero, ¿qué es la política? No hay
una definición exacta al respecto, pero por lo charlado en clase podemos
definirla como un noble oficio de toda persona, del cual se puede sacar un
provecho. También podemos entenderla como el ejercicio del poder, pero debemos
pensar quién tiene ese poder. En una democracia que funciona bien, es decir,
cuando hay consenso popular, el poder, entendido como la voluntad de vivir y
cumplir las necesidades, es ejercido por el mismo pueblo (esto es lo que Dussel
llama “potentia”). Este ejercicio del poder puede llevarse a cabo mediante
instituciones participativas cuando la población no es demasiado numerosa, o
sino, mediante instituciones con representantes (“potestas”) elegidos por el
mismo pueblo. En este último caso, el ejercicio del poder del pueblo es
delegado hacia lxs representantes que conforman al Estado, el cual tiene
entonces un “poder obediencial”, ya que debe obedecer y cumplir los intereses
del pueblo.
El problema surge cuando se
produce una fetichización del poder, o como comúnmente lo llamamos: corrupción
del poder. Esto se da cuando lxs representantes comienzan a creer que son lxs
poseedores del poder en lugar del pueblo, entonces el poder se vuelve
autoritario y se invierte el poder obediencial, buscando desmovilizar al
pueblo, tratando de convencerlxs de que efectivamente el poder no está en
ellxs, sino en lxs representantes. Si el pueblo igualmente se moviliza o
rebela, recurren a la represión estatal para inhibirlxs.
Cuando lxs interesadxs en
representar al pueblo se postulan, lo hacen como miembrxs de partidos
políticos. Cuando ganan las elecciones, comienzan teniendo un poder delegado
por el pueblo, pero luego este se corrompe y por ende se corrompen también los
partidos de los cuales formaban parte. Y en consecuencia, se corrompen también
las facciones que conforma cada partido, ya que comienzan a discutir “cuotas”
de poder dentro de su organización y se olvidan de su deber como representantes
del pueblo.
Pero lo más grave de todo es la corrupción
del mismísimo pueblo, al pensar que efectivamente el poder lo poseen lxs
representantes y que por lo tanto, deben obedecerlxs. Esta idea se instala de
manera hegemónica a tal punto de que no podemos reconocer que somos nosotrxs
lxs portadorxs del poder y por lo tanto no hacemos nada al respecto.
Para no quedarnos solo con lo
teórico, buscamos y encontramos una situación reciente que se dio en nuestro
instituto y que puede vincularse directamente con lo trabajado. A fines del año
pasado, el ISFD 41 se encontró con la noticia de que el Ministerio de Educación
planeaba reducir la cantidad de comisiones que se abrirían para el primer año
de la carrera de Historia del 2019. Ante esta situación, lejos de creer que
eran ellxs (lxs representantes) quienes tomaban esa decisión, se organizaron y
reclamaron en varias instancias la autorización para la apertura de todas las
comisiones necesarias. Finalmente, se logro mantener el número de cursos
permitiendo que muchxs alumnxs pudieran inscribirse. El vínculo lo encontramos
si reconocemos al Instituto (con todxs sus integrantes) como el pueblo, y al
Ministerio de Educación como lxs representantes elegidxs por nosotrxs. Éstos
últimos tomaron una decisión unilateralmente, pasando por encima de los
intereses del pueblo, y éste, en vez de fetichizarse y aceptarlo, decidió
movilizarse para hacer saber que el poder en realidad es suyo.
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